miércoles, 23 de julio de 2008

Fraternidad de San Antonio del Retiro. Madrid


ENCUENTRO DEL MINISTRO GENERAL O.F.M.

FR. JOSÉ RODRÍGUEZ CARBALLO

CON LOS FRANCISCANOS SEGLARES

DE LA ZONA DE MADRID Y DE CASTILLA


Buenas tardes, hermanos y hermanas: Paz y Bien. Saludo a todos y a todas con mucho afecto y mucho cariño. Particularmente, para mí ha sido una agradable sorpresa encontrarme aquí con Encarnita del Pozo, ministra general de la OFS, a la cual saludo y agradezco su presencia, así como sus palabras. Por supuesto saludo y agradezco las palabras de quienes habéis presentado tanto la Fraternidad de Madrid como de la Zona, y veo que gracias a Dios sois una fraternidad –hablo incluso de la zonal como “fraternidad”, pues eso es lo que nos distingue- viva. Después os lamentáis de que bueno… la edad… y no sé qué más cosas; bueno, yo veo que aquí hay además jóvenes y me alegra muchísimo, muchísimo. Además, yo decía hoy a las hermanas clarisas, concepcionistas y terciarias, no frecuentar demasiado la escuela de María Magdalena, esa escuela que se caracteriza por las lágrimas por el muerto que nos están impidiendo ver al vivo, al resucitado, que está a nuestro lado. Por eso, de verdad, vamos a ser realistas, vamos a asumir la realidad de la media de edad que se eleva, vamos a asumir la realidad de que no entran muchas vocaciones ni para nosotros ni para vosotros, pero sobre todo vamos a valorar las posibilidades y lo positivo que hay en nuestras vidas. Yo estoy convencido, como dice un libro que se leyó mucho al menos en el contexto de vida consagrada, que “bajo estas cenizas hay mucho fuego”, y eso es importante; a veces las cenizas cubren el fuego. Y también a veces la ceniza es necesaria para que se conserve el fuego. Por eso vamos sin miedo a soplar y sin dudar que el fuego va a hacerse presente.

Se señalaba que cuando yo vengo a visitar a los hermanos me gusta encontrarme con la Orden Franciscana Seglar. Esto es debido fundamentalmente a una convicción muy profunda, y es que el carisma franciscano, de cuyo nacimiento celebramos ahora ochocientos años, no lo poseemos en exclusividad ninguna de nuestras obediencias, de nuestras ramas; el carisma franciscano lo poseemos en plenitud toda la familia franciscana, todos los franciscanos y franciscanas: Primera Orden, Segunda Orden, Tercera Orden Regular y Orden Franciscana Seglar. Todos formamos parte de una familia. Yo creo que en estos momentos –y esta es una segunda convicción mía muy fuerte- lo que nos pide la Iglesia, lo que nos pide la sociedad, aun cuando no lo declare abiertamente, es que seamos signo, sacramento, de fraternidad. Esto es algo que debemos tener muy presente porque, para mí, esto es el primer modo, la primera forma que tenemos los franciscanos y franciscanas de evangelizar. En un mundo dividido, en un mundo fragmentado, nosotros estamos llamados por vocación y por misión, a ser signos de fraternidad. Por eso hemos de caminar juntos, no podemos hacer caminos paralelos, tenemos que mantenernos unidos, respetando las diversidades; a Dios gracias, somos distintos, pero esto no puede impedirnos el que caminemos juntos.

Y es aquí donde yo quisiera, como hermano, pedir a la Orden Franciscana Seglar que sea lo que debe ser, es decir, que no sea una fotocopia de los religiosos o religiosas. Sois seglares, sois laicos y laicas; la familia necesita de vuestra identidad secular para sentirse al completo. Por eso yo suelo decir a los hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar: ¡Salid de las sacristías! No es que nos estorbéis, hacéis grandes servicios y os lo agradecemos, pero vuestro lugar -como decía el ministro de Madrid- es la calle, es el mundo; si el claustro de todo franciscano o franciscana es el mundo, mucho más para vosotros, seculares.

La familia os necesita en el mundo. Vuestra misión, como la nuestra, pero de modo mucho más directo, es la de ser sal que dé sabor a esta sociedad que se nos antoja –o es- insípida; vuestra vocación y misión es la de ser fermento, empezando por vuestras propias familias, siguiendo por los lugares de trabajo, los lugares donde compartís vuestra vocación secular con tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Naturalmente, para esto tenéis que tener un gran sentido de pertenencia a la Orden Franciscana Seglar. Sin pertenencia, difícilmente, por no decir imposible, seréis fieles a vuestra vocación y misión. Y decir sentido de pertenencia quiere decir en primer lugar asumir que la Orden Franciscana Seglar es una Orden, no es una asociación, no es una cofradía, no es un grupo cualquiera. Sois una Orden, seglar, secular, pero una orden. Sois la única en la Iglesia, por eso no saben dónde meteros; a veces hablan de pasaros al Consejo de Laicos, otras veces dicen que en la Congregación de Vida Consagrada no entráis mucho. Sois únicos. Pero precisamente porque sois únicos debéis sentiros orgullosos, franciscanamente orgullosos, de ser lo que sois.

Y cuando se habla de sentido de pertenencia quiere decir que la Fraternidad Local –después también Zonal, después también Internacional- debe ser vuestro punto de referencia. Vuestras Constituciones acentúan mucho la Fraternidad Local. Ese debe ser vuestro punto de referencia. Y aquí tenéis que ser muy consecuentes, de tal forma que si en cualquier momento hubiese conflicto entre la fraternidad local y otros grupos en los que colaboráis, con mucha generosidad, bien, no puede haber nunca: lo primero, lo fundamental es la Fraternidad. Esto también se lo digo a mis hermanos, porque no siempre lo tenemos claro; nosotros y vosotros, pero en vosotros el riesgo es todavía mayor, porque muchas veces falta la conciencia de ORDEN; y entonces, bueno, pues cofradía por cofradía, pues aquella donde más a gusto nos encontramos o donde más inmediatas son las necesidades. No; puesto que no sois cofradía, puesto que no sois un grupo, si hubiese conflicto, la opción o la elección debe ser clara: a favor siempre de la Fraternidad Local.

Y cuando hablamos de sentido de pertenencia, también tiene consecuencias muy claras a otros niveles, a niveles, digamos, muy crematísticos, pero que también son muy necesarios para el desarrollo de una vida normal de la fraternidad: me refiero a la economía. Tened claro que vuestra fraternidad también os pide, vuestra pertenencia también se manifiesta en esa aportación, según las propias posibilidades que cada uno de vosotros y de vosotras, para las distintas actividades, sobre todo formativas.

Sentido, por tanto, de pertenencia. Esto me parece fundamental. Y lo adquiriréis en la medida en que os forméis, y aquí vengo a otro punto que quiero subrayar, yo sólo os lo anuncio, después en el diálogo podemos seguir profundizando: la formación. Me alegra mucho ver que tenéis diversas actividades formativas; y es aquí donde realmente yo pido a los asistentes, tanto a los de la OFM como a los demás hermanos de la Familia Franciscana, que realmente den lo mejor de sí mismos; vuestra colaboración en el campo de la formación me parece importantísimo y tal vez es el más importante de todos los campos que podéis prestar.

Una formación que ha de tener, a mi modo de ver, tres áreas fundamentales:

  1. Formación humana. Yo esto veo que está siendo muy deficiente; no digo en vosotros, que no os conozco, yo hablo con mucha libertad porque no tengo contacto directo con la fraternidad de vuestra zona. Pero yo veo que incluso a nivel de vida religiosa está habiendo muchas deficiencias en la formación humana.

  1. Formación cristiana. No queráis ser franciscanos y franciscanas sin una base sólida en la fe, en la fe cristiana. No digo antes o después, pero ciertamente a la base de nuestra opción vocacional específica está la vocación cristiana. Y aquí todo lo que hagáis va a ser poco. Yo os pido mucha atención a esto.

  1. Dimensión carismática. La propia de todo franciscano o franciscana: conocimiento de Francisco, de Clara, de otras fuentes franciscanas, y la específica de la Orden Franciscana Seglar, me refiero sobre todo a las Constituciones, que son preciosas las vuestras, pero que al menos mi impresión visitando la Orden de los Hermanos Menores y encontrándome en casi todas partes con miembros de la Orden Franciscana Seglar, todavía son bastante desconocidas. Yo os pido que profundicéis en el conocimiento de las Constituciones y, por supuesto, de la Regla que os dio la Santa Sede.

Dicho esto, quiero también afirmar que el libro fundamental de formación, que es el que va a crear también un sentido de pertenencia y sobre todo pertenencia a Cristo, debe ser para nosotros, como para el mundo, el Evangelio. El Evangelio. Vuestras Constituciones sintetizan de un modo maravilloso cuál es, digamos, el objetivo de nuestra vida: pasar del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio. Si queremos dejarnos iluminar por el Evangelio en cualquiera de las opciones que hagamos, que nuestra vida sea iluminada por el Evangelio, y al mismo tiempo que el Evangelio encuentre concreción en nuestra vida.

Por eso yo quisiera pediros a vosotros, como he pedido a los hermanos de la Primera Orden, como he pedido esta mañana a las hermanas de la Segunda, Tercera Orden y Concepcionistas franciscanas, que particularmente en este año forméis como un gran grupo. Y esto no os lo pido yo, lo pidió Benedicto XVI a toda la Iglesia, porque como bien sabéis, este año es el año de la Palabra, por dos motivos: el 28 de junio se iniciará el Año Jubilar Paulino, con una celebración en San Pablo Extramuros, para conmemorar el bimilenario (dos mil años) del nacimiento de Pablo de Tarso; y el 5 de octubre, del 5 al 25, se celebrará en el Vaticano la Duodécima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tiene como tema este año “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”.

Yo os pido, entonces, que participéis activamente en ese Año de la Palabra, haciendo de la Palabra el núcleo fundamental de vuestra oración, el núcleo fundamental también de vuestra formación. En esto imitaremos fielmente a nuestro padre Francisco; él fue un hombre que vivió envuelto en la Palabra, su vida está enmarcada por la Palabra. Al inicio de su conversión es el Evangelio el que le marca el camino que ha de seguir, en la Porciúncula; y al final de sus días Francisco pide que, desnudo ya sobre la hermana tierra, sea proclamado un texto del Evangelio. Por eso, digo, su vida está envuelta en la Palabra, su vida está enmarcada por la Palabra, su vida, su existencia, está toda ella marcada por el Evangelio, por la Palabra.

Con razón se ha dicho –lo dice ya Celano- que Francisco no era un sordo oyente de la Palabra, y con razón se ha dicho que su mente, su memoria era una Biblio-teca de la Sagrada Escritura, porque como se puede comprobar, sus Escritos no son sino una cita tras otra del texto bíblico; su vida, su corazón, su… todo, todo su ser estaba realmente contagiado por esa Palabra.

Una Palabra que para él es espíritu y vida. Si queremos que nuestras fraternidades se renueven en profundidad, tenemos que volver al Evangelio, que es nuestra Regla y Vida. Si queremos que la Iglesia y la Familia Franciscana vivan una nueva primavera, tenemos que volver a la Palabra. Hemos de abrirle la puerta, cerrada durante siglos, de nuestra familia, de la Iglesia misma, a la Palabra; si no, no nos extrañemos de que vayamos de decadencia en decadencia.

La Palabra es espíritu y vida. Y si la Palabra de Jesús resucitó muertos mientras Él recorría Palestina, la Palabra de Jesús también ha resucitado otros muertos; no olvidemos que Francisco cambió de vida escuchando la Palabra, no olvidemos que antes que él, Antonio abad cambió la vida escuchando el Evangelio, no olvidemos que Jerónimo cambió la vida escuchando un capítulo de la Carta a los Romanos. La Palabra tiene esa fuerza de cambiar nuestras vidas, de transformar nuestra vida, de convertir nuestra tibieza, nuestra mediocridad como cristianos y franciscanos, en audacia y en osadía evangélicas.

Pero para ello hay que leerla asiduamente. Francisco era un lector asiduo de la Palabra. En aquellos tiempos en los que tener un texto bíblico era un lujo, Francisco –mucho más pobre que nosotros- no dudó en tener ese lujo, aun cuando ante la necesidad de la madre de un hermano tampoco duda en venderlo para dar a esa madre lo que necesitaba. Pero la fraternidad tenía un texto bíblico, y esto era muy, muy particular en aquellos tiempos.

Leer asiduamente la Palabra, rumiarla, como dice el biógrafo hablando de Francisco, que rumiaba la Palabra para poder asimilarla, darla a luz por la vida y la palabra. San Jerónimo, hablando a sus cristianos, hablaba de tres momentos: Escuchar la Palabra, concebir la Palabra, es decir, asimilarla, y dar a luz a la Palabra. Con la palabra, diría Francisco, y con la vida; es decir, restituyendo al Señor lo que del Señor hemos recibido.

Algunas personas pueden pensar, algunos de ustedes, como también nosotros –esta mañana también salió en una de las preguntas que hizo una hermana- resulta difícil entender el texto bíblico. Es verdad, resulta difícil, sobre todo algunos de ellos; pero miren, san Francisco nos enseña una cosa, y es que sólo hay un tipo de exegetas: aquellos que ponen en práctica lo escuchado, y sólo, sólo quien vive la Palabra la entiende en profundidad. Por eso la Palabra ilumina la vida, pero a su vez la vida ilumina la Palabra: pasar de la vida al Evangelio y del Evangelio a la vida.

Impresiona ver cómo Francisco no pierde mucho el tiempo en dar explicaciones o en pedir explicaciones sobre la Palabra. “Esto buscaba –dirá en la Porciúncula, Celano 22-, esto es lo que quiero”. Punto. Es verdad que sigue el texto que “no habiendo entendido bien el contenido del texto evangélico, pregunta al sacerdote para que se lo explique”. Yo creo que aquí no se trata de que Francisco no hubiera entendido el Evangelio, lo entendió muy bien, entre otras cosas porque entendía latín; aquí, lo que se dice, o lo que se quiere decir bajo esta anotación es que la lectura del Evangelio, la vida del Evangelio, hay que hacerla en comunión con la Iglesia, una lectura eclesial, no una lectura simplemente subjetiva, porque eso nos podría llevar muy lejos de la intención del texto bíblico.

Termino invitándoles a hacer de la lectura orante de la Palabra, como amamos decir nosotros, un ejercicio regular en las fraternidades cuando se junten, y también si es posible en la vida personal. Yo escribí una carta a mis hermanos, pero a propósito está en plural “queridos hermanos y hermanas”, con motivo de Pentecostés -el título es “Mendicantes de sentido de la mano de la Palabra”-, donde intento razonar el porqué el Evangelio debe ocupar el centro de nuestra vida, y en la tercera parte indico los pasos para la lectura orante de la Palabra. Es un esquema, se puede seguir otro; lo importante es hacer de la Palabra el nutrium, el alimento de nuestra vida cristiana y franciscana.

Lean la Palabra, mediten la Palabra, oren con la Palabra, pongan en práctica la Palabra escuchada y anúncienla a todos aquellos que encuentren por el claustro de sus vidas que, como he dicho, es el mundo.

Muchas gracias por vuestra paciencia.