lunes, 2 de febrero de 2009

Los consejos evangélicos y la OFS (1)


Introducción

Los pasajes evangélicos nos revelan que Jesús ha tocado a las personas, de tal manera, que éstas se han sentido interpeladas en sus vidas. Algunas no quisieron escuchar, otras le dieron la espalda porque el desafío era excesivo. Muchas otras se sentían tan tocadas por su misión apostólica que eran impulsadas a ser y a vivir más perfectamente. Todo esto lo vemos ejemplificado en muchos pasajes evangélicos, como el del “joven rico”: Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (Mc 10,17). Todo esto se manifiesta también en las Bienaventuranzas en las que Jesús enseña que los pobres, aquellos que lloran, los misericordiosos, los de corazón puro, los humildes y todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia, los pacíficos y aquellos que son perseguidos a causa de la justicia heredarán el reino de los Cielos (cf. Mt 5,3-10).

El anhelo de vida eterna o del “reino de los Cielos” ha sido descrito como un deseo de perfección. Este ha sido uno de los factores que han motivado la así llamada “fuga hacia el desierto” y el nacimiento de la vida religiosa en la Iglesia primitiva. Los primeros ascetas descubrieron cómo vivir la propia vida siguiendo los ejemplos de Abraham, Moisés, Elías y Juan Bautista y en las tentaciones que Jesús afrontó antes y después de su misión apostólica. El mensaje transmitido por estos pasajes de la Escritura indica que cualquier clase de búsqueda seria de Dios supone una separación del mundo, supone aplacar las propias pasiones y las ambiciones humanas, y una lucha constante con las fuerzas del mal. En su deseo de perfección espiritual, los ascetas creían que el único camino seguro fuese un intenso seguimiento de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia y un estricto seguimiento del ejemplo del mismo Jesús. Aceptaron el desafío del abandono total al Maestro mediante la renuncia a todos los bienes materiales, a las relaciones familiares y a los planes futuros.

Ya, desde los primeros siglos de desarrollo de la vida religiosa, los consejos evangélicos se convirtieron en uno de sus elementos fundamentales. La Regla de 1223, que sigue siendo el documento fundamental para todas las ramas de la Primera Orden, afirma: “La regla y vida de los hermanos menores es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad” (Rb I,1). Encontramos afirmaciones similares también en los primeros capítulos de la Forma de vida escrita por Santa Clara como regla para la Segunda Orden, y la Regla y Vida de los Hermanos y Hermanas de la Tercera Orden Regular. La Orden Franciscana Seglar, una asociación pública de fieles en la Iglesia, [1] no está ligada a los consejos evangélicos, como sí están los hermanos y las hermanas religiosas en la Familia Franciscana. Sin embargo, las reglas y las enseñanzas, que han guiado la vida de los Franciscanos seglares a lo largo de la historia, están llenos de pasajes que los impulsan a abrazar una vida pobre, casta y obediente, vivida ciertamente según el estado laical y secular. Y esto es particularmente cieto en la Regla de la Orden Franciscana Seglar, aprobada por el Papa Pablo VI en 1978, y en las Constituciones Generales aprobadas en el año 2000.

A partir de esta constatación, entonces, quisiera examinar brevemente cómo es posible vivir los consejos evangélicos en la Orden Franciscana Seglar.

La pobreza

El abrazo de San Francisco a la pobreza nació de un amor por Jesús que lo consumió y de un deseo ardiente por vivir según el Evangelio. No se trataba de una simple imitación externa de Cristo, o simplemente de una renuncia a posesiones materiales, y menos aún de un intento de acción social o de testimonio. San Francisco abrazó la pobreza porque Cristo lo abrazó, como una fuerza motriz que dirigía su misión apostólica.

La pobreza vivida como la vivió San Francisco, reconoce que uno no es autosuficiente y que todo, en definitiva, viene de Dios, incluso la vida misma. Como indica Thaddeus Horgan, SA, en sus reflexiones sobre la Regla TOR,

“Francisco se desnuda no tanto para apartarse de las cosas de esta tierra, sino para liberarse de todo aquello que no es Dios. Como Cristo, también Francisco percibió el mundo como un don de Dios que nos ayuda a lo largo del camino hacia la vida plena... y, entonces, como valor interiorizado, la pobreza evangélica es una actitud del corazón que proclama con esperanza y con alegría la necesidad que todos tenemos de Dios y que sólo el Señor es Dios”. [2]

La pobreza permite a toda la creación tener sus propios derechos. En vez de ser considerados con una finalidad funcional y de avidez, tanto las personas como las cosas son vistas y respetadas como sacramentos de un encuentro con Dios.

El ideal de la pobreza franciscana se expresa mejor con el término “simplicidad”. Guiados por esta virtud, somos sensibles a la presencia de lo Divino en todas las cosas. Y esto, a su vez, nos impulsa a vivir abandonados al amor y todo el bien de Dios. Todo acontecimiento, toda persona pueden ser vistas, por lo tanto, como una epifanía de lo Divino. Esto aparece muy claro en la vida de San Francisco, cuando abraza al leproso y cuando es capaz de ver en él un hijo de Dios, y no simplemente una creatura enferma y temible.

El elemento clave que subyace a este tipo de idea de la pobreza es el desafío de ver todas las cosas y todas las personas como son realmente – como Dios las ve – y relacionarse con ellas a través de estas lentes. Cuando nosotros no nos consideramos la medida de todas las cosas, entonces el mundo queda liberado y puede ser sí mismo. El uso inteligente y respetuoso de las cosas de esta vida es su inevitable resultado.

De una manera estupenda, el artículo 11 de la Regla de la OFS capta la esencia de la idea franciscana de la pobreza:

“Cristo, confiado en el Padre, aún apreciando atenta y amorosamente las realidades creadas, eligió para Sí y para su Madre una vida pobre y humilde; del mismo modo, los Franciscanos seglares han de buscar en el desapego y en el uso, una justa relación con los bienes terrenos, simplificando las propias exigencias materiales; sean conscientes, en conformidad con el Evangelio, de ser administradores de los bienes recibidos, en favor de los hijos de Dios. Así, en el espíritu de las «Bienaventuranzas», esfuércense en purificar el corazón de toda tendencia y deseo de posesión y de dominio, como «peregrinos y forasteros» en el camino hacia la casa del Padre”.

El artículo 15 de las Constituciones generales presenta algunas consecuencias prácticas del “espíritu de desprendimiento” que la Regla exige. Comienza indicando que:

“Los franciscanos seglares intenten vivir el espíritu de las Bienaventuranzas, y especialmente el espíritu de pobreza. La pobreza evangélica manifiesta la confianza en el Padre, activa la libertad interior y dispone para promover una más justa distribución de las riquezas”. [3]

Los párrafos del artículo 15 que siguen son estimulantes: “Los franciscanos seglares, que mediante el trabajo y los bienes materiales deben proveer a la propia familia y servir a la sociedad, tienen un modo propio de vivir la pobreza evangélica.”. [4]

Para lograr esto se requiere “reducir las exigencias personales para poder compartir mejor los bienes espirituales y materiales con los hermanos, particularmente con los últimos”. [5] Además, “Adopten una posición firme contra el consumismo y contra las ideologías y las posturas que anteponen la riqueza a los valores humanos y religiosos y que permiten la explotación del hombre.”. [6] En una palabra, a los franciscanos seglares se les pide que “vean” el mundo a través del filtro del Evangelio y actúen en consecuencia.

1 Cf. CC.GG. 1,5.

2 Horgan, Thaddeus, Turned to the Lord, Pittsburgh: Franciscan Federation, 1987: pp.52-53.

3 CC.GG. 15,1.

4 CC.GG. 15,2.

5 CC.GG. 15,3.

6 CC.GG. 15,3.