domingo, 1 de febrero de 2009

Los consejos Evangélicos y la OFS (2)


La castidad

Aparte de la mención del voto en el primer capítulo de la Regla de la Primera Orden, San Francisco no menciona la castidad en sus otros escritos. Más bien se centra en la necesidad de que los hermanos y hermanas busquen el reino de Dios y tengan una mente y un corazón puros.

En varias de sus exhortaciones pone el acento en el hecho de que Dios busca o desea gente que, con el corazón y con el espíritu puros, esté dispuesta a servir, amar, rendir honor y adorar a Dios. En laRegla de 1221 San Francisco escribe:

“Ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros como a los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, cómo mejor puedan, sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura” (Rnb XXII, 26).

San Francisco repite este desafío en la Carta a los Fieles, Segunda redacción, un documento dirigido a los terciarios y muy probablemente escrito en el tiempo en el cual el Santo estaba escribiendo la Regla no bulada para los frailes. Y afirma:

“Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y mente pura, porque esto es lo que sobre todo desea cuando dice: los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad” (2CtaF 19).

Según Francisco, la única respuesta adecuada a Dios es la adoración, el amor y la atención directa a la voluntad de Dios.

En la Admonición XVI, después de haber citado Mt 5,8: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, escribe:

“Son verdaderamente de corazón limpio los que desprecian lo terreno, buscan lo celestial y nunca dejan de adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero con corazón y ánimo limpio” (Adm XVI,2).

Para San Francisco toda relación debería basarse en el amor y la adoración a Dios y debería estar guiado por una mente y un corazón puros. Y, es ésta la base para una vida de castidad, una vida que debería hacernos más capaces de amar.

Siguiendo el modelo del Santo, la Regla de la OFS no trata en un modo específico el tema de la castidad. Sin embargo, repite su exhortación a los frailes y a los penitentes: amar y adorar a Dios y dejar que este amor llegue a los otros. El artículo 12 afirma:

“Testigos de los bienes futuros y comprometidos a adquirir, según la vocación que han abrazado, la pureza de corazón, se harán libres, de este modo, para el amor de Dios y de los hermanos”.

Como indica el artículo 17, el primer lugar en este amor debería tener sus raíces en la familia. Y exhorta:

“Vivan en la propia familia el espíritu franciscano de paz, fidelidad y respeto a la vida, esforzándose en convertirlo en el signo de un mundo ya renovado en Cristo. Los casados particularmente, viviendo la gracia del matrimonio, den testimonio en el mundo del amor de Cristo a su Iglesia. Con una educación cristiana, sencilla y abierta, atentos a la vocación de cada uno, recorran gozosamente con sus hijos su itinerario espiritual y humano”.

Las Constituciones generales son todavía más específicas – y piden a los franciscanos seglares que “amen y vivan la pureza de corazón, fuente de la verdadera fraternidad”: [1]

“Los franciscanos seglares consideren a su familia como el ámbito prioritario en el que viven su compromiso cristiano y la vocación franciscana; en ella concédanle tiempo a la oración, a la Palabra de Dios y a la catequesis cristiana, y defiendan el respeto a la vida desde su concepción y en toda circunstancia, hasta la muerte. Los casados encuentren en la Regla de la OFS una valiosa ayuda para recorrer el camino de la vida cristiana, conscientes de que, en el sacramento del Matrimonio, su amor participa del amor que Cristo tiene a su Iglesia. El amor de los esposos y la afirmación del valor de la fidelidad son un profundo testimonio para la propia familia, la Iglesia y el mundo”. [2]

Tanto la Regla como las Constituciones desafían a los franciscanos seglares a amar – amar a Dios, amar a sus esposas si son casados, amar a los hermanos y a las hermanas de su fraternidad, amar a la Iglesia y a sus ministros, amar a todos y amar a la creación. Se trata del desafío de amar como Dios ama, con una mente y con un corazón puro. ¡Un enorme desafío!

Naturalmente para los hermanos y las hermanas casadas de la Orden, una de las características que distingue el abrazo secular de la vocación franciscana es lo que justamente se llama “castidad conyugal”. El Catecismo de la Iglesia Católica indica que:

"El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona "reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad"; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos". [3]

El Pontificio Consejo para la Familia lo expresa así:

La sexualidad humana es un bien: parte del don que Dios vio que «era muy bueno» cuando creó a la persona humana a su imagen y semejanza, y «hombre y mujer los creó» (Gn 1, 27). En cuanto modalidad de relacionarse y abrirse a los otros, la sexualidad tiene como fin intrínseco el amor, más precisamente el amor como donación y acogida, como dar y recibir. La relación entre un hombre y una mujer es esencialmente una relación de amor: «La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere verdadera calidad humana». Cuando dicho amor se actúa en el matrimonio, el don de sí expresa, a través del cuerpo, la complementariedad y la totalidad del don; el amor conyugal llega a ser, entonces, una fuerza que enriquece y hace crecer a las personas y, al mismo tiempo, contribuye a alimentar la civilización del amor”. [4]

El documento continúa diciendo que, sin este amor, los hombres y las mujeres se convierten en objetos y los hijos en un obstáculo. Sólo a través del amor respetuoso, la sexualidad humana puede encontrar su plenitud. Por esta razón, una vida sexual activa y mutuamente respetuosa puede ser considerada y abrazada como un elemento esencial de castidad conyugal.

La obediencia

A través de una experiencia de conversión a menudo difícil y dolorosa, San Francisco descubrió que la vida tiene sentido sólo cuando se escucha atentamente la voz de Dios y se sigue su voluntad. Y la obediencia franciscana no consiste en otra cosa que en este deseo de escucha atenta de la voluntad de Dios de un modo concreto y práctico.

En su Testamento San Francisco reflexionaba sobre los efectos que este tipo de obediencia tenía en su vida. Es claro que el Santo experimentaba a Dios como una presencia activa y una guía que lo conducía más allá de su estrecha visión del mundo hacia algo más nuevo y más grande. Así escribe: “El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia... el Señor mismo me condujo entre ellos (los leprosos)... el Señor me dio una tal fe en las iglesias... el Señor me dio y me da tanta fe en los sacerdotes... el Señor me dio hermanos... el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio... el Señor me dio el decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras...”. San Francisco nos dice que ha sido siempre el Señor quien le mostraba qué hacer en los momentos más importantes y decisivos de la vida. El Santo respondió a esta acción divina con obediente colaboración.

San Francisco descubrió en la vida de Jesús el ejemplo fundamental de obediencia a Dios. Como indica de un modo excelente la Carta a los Hebreos, cuando Jesús ha venido al mundo dijo: “Sacrificio y oblación Tú no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Heb 10,5-7). Cada aspecto de la vida y de la misión apostólica de Jesús ha sido modelado por su intenso deseo de seguir la voluntad del Padre. Hasta cuando afronta un muerte humillante y dolorosa su obediencia, su escucha atenta a la voluntad divina le dará resolución y coraje: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.» (Mc 14,36).

El fundamento de la obediencia franciscana supera la adhesión a nuestras reglas de vida o a las constituciones y estatutos que guían nuestras Órdenes. Surge de un íntimo y amoroso seguimiento de Jesús, recibe fuerza del Espíritu Santo, y conduce a una íntima relación con el Padre. Solamente así podemos entender las dimensiones prácticas de la obediencia.

Para San Francisco, uno de los primeros ámbitos en donde se vive la obediencia es la fraternidad. La fraternidad franciscana no es solamente un grupo de gente que se han puesto de acuerdo para vivir juntos o para compartir la vida. Se trata de una realidad nacida de la obediencia a la inspiración divina y a una atenta escucha del Evangelio. Es sólo entonces que se puede convertir en el “lugar privilegiado para desarrollar el sentido eclesial y la vocación franciscana, y, además, para animar la vida apostólica de sus miembros”. [5]

Es importante enfatizar el carácter profundamente evangélico de la obediencia franciscana. Tanto para los franciscanos, individualmente, como también para la fraternidad en su conjunto, es necesaria una constante búsqueda de la voluntad de Dios y la disponibilidad a abrazar esta voluntad y seguirla – también cuando esto es difícil y requiere sacrificio. La obediencia no es otra cosa que la escucha atenta y devota de la voluntad de Dios que nos llega a través de la mediación de una variedad de canales y la disponibilidad a seguirla. En primer lugar, tenemos las Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, las reglas y constituciones de nuestras Órdenes, los ministros de nuestra fraternidad, los hermanos y las hermanas de nuestra fraternidad, y los esposos y la familia para nuestros hermanos casados.

Una vez más, la Regla de la OFS capta el espíritu de San Francisco en su presentación de la obediencia.

“Asociándose a la obediencia redentora de Jesús, que sometió su voluntad a la del Padre, cumplan fielmente las obligaciones propias de la condición de cada uno, en las diversas circunstancias de la vida, y sigan a Cristo, pobre y crucificado, confesándolo aún en las dificultades y persecuciones”. [6]

Este artículo de la Regla es citado y comentado por las Constituciones generales:

“Cristo pobre y crucificado”, vencedor de la muerte y resucitado, máxima manifestación del amor de Dios al hombre, es el “libro” en el que los hermanos, a imitación de Francisco, aprenden el porqué y el cómo vivir, amar y sufrir. En Él descubren el valor de las contradicciones por causa de la justicia y el sentido de las dificultades y de las cruces de la vida de cada día. Con Él pueden aceptar la voluntad del Padre en las circunstancias más difíciles y vivir el espíritu franciscano de paz, rechazando toda doctrina contraria a la dignidad del hombre. [7]

Estos documentos son claros al indicar que Jesús, que siempre fue atento a la voluntad del Padre, es el ejemplo de la obediencia franciscana. Él es el “libro” que dirige y guía la vida de los franciscanos, seglares y religiosos.

Conclusión

Los consejos evangélicos desafían a los franciscanos a vivir una vida basada en los Evangelios sobre el ejemplo de Jesús, que vivió una vida pobre, casta y obediente. No hay mejor camino para ir “del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio”. [8]

Pensando en esto, y sin simplificar demasiado este fundamento esencial, podemos decir que la pobreza, la castidad y la obediencia son elementos constitutivos de una vida centrada en el Evangelio. Ayudan a definir nuestras relaciones con Dios y el modo cómo vivir nuestra vida en el mundo.

Si bien es diversa la modalidad con la cual los seglares y los religiosos viven los consejos evangélicos, la idea y el espíritu subyacente a ellos son iguales para todos los franciscanos. Y ofrecen una espléndida guía para saber cómo vivir la vida, a partir de una relación íntima con Dios.

La pobreza nos anima a valorar el mundo – y en él todo y a todos – como lo hace Dios. Nos impulsa a reconocer la dignidad inherente a todas las personas y a usar los bienes del mundo de una manera respetuosa.

La castidad nos anima a amar como Dios ama, con pureza de corazón y de mente, y nos desafía a que expresemos nuestra sexualidad en sintonía con nuestra vocación y estado de vida. Conduce a amar como corresponde.

La obediencia nos anima a escuchar con atención la voluntad de Dios y a tener el coraje de dejarnos guiar por su voluntad de manera que informe toda nuestra vida. Conduce a vivir como corresponde.

1 CC.GG. 15,4

2 CC.GG. 24,1.

3 Catecismo de la Iglesia Católica 1643, Sección II, Cap. III, Art. VII, parte V: Los bienes y las exigencias del amor conyugal.

4 Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: Verdad y significado (Vaticano, 8 diciembre 1995) n. 11.

5 Regla OFS III,22.

6 Regla OFS II,10.

7 CC.GG. 10.

8 Regla OFS I,4.



Tomado de un artículo del P. Fr Michael Higgins TOR